Podía vislumbrar la niebla, esa montaña mágica y ligera donde se guardan los espacios invisibles, esa madeja densa e inconstante que cubre el misterio de la vida. Amaba la niebla porque ella esconde el dolor y lo hace soportable. Pero, sobre todo, la amaba porque en ella habita el silencio y sabía que está tejida con la mirada y las manos de los que necesitan un escudo de aire y sueños para sobrevivir.
miércoles, 21 de noviembre de 2018
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