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lunes, 1 de octubre de 2012

MALETA DE TIEMPO



Desde niño había visto, en el andén de la estación del lugar donde vivía con mi familia, a los viajeros arrastrando pesadas maletas antes de subir al tren. Yo pensaba que llevaban dentro muchas cosas de la vida, pues si no era imposible que pesaran tanto. Recuerdo que, en una ocasión en que fuimos a despedir a mi tío Luis, que se marchaba a trabajar a la ciudad,  vi como casi se cae al intentar subir su maleta al vagón.

 Como pesa, Fernando, cómo pesa....

Ya, Luis, es el tiempo, lo que llevamos vivido, que empieza a pesar... pero no pierdas el equilibrio, hermano, que tu siempre has sabido muy bien donde estaba el centro de gravedad de la vida, dijo mi padre riendo.

Mi tio Luis sonrió ante las palabras de mi padre y terminó de subir al tren, diciéndonos adiós con la mano, una vez que el pesado fardo se asentó en la plataforma. Yo también sonreí, aunque era la primera vez que escuchaba decir eso: "centro de gravedad". Pensé que era algo importante que, con los años, yo también conocería.

Sin embargo, mientras volvíamos a casa en el viejo Ford Balilla heredado del abuelo, que había arrumbado en el garage a nuestra antigua moto con sidecar, recordé el consejo que nos había dado la maestra en la escuela de preguntar siempre lo que no sabemos y le espeté a mi padre:

Papá, ¿qué es el centro de gravedad de la vida?

Mi padre sonrió de nuevo, esta vez ampliamente, y, mirando mis seis años con comprensión y una indisimulada dosis de ternura, me dijo: " Es lo más permanente que tenemos, lo que hace que todo se mantenga. El centro de gravedad es el lugar del equilibrio"

Sin duda mi padre era un hombre culto y sabio. Yo volví a sonreír y él continuó conduciendo. Pero me dí cuenta de que la vida era algo muy complejo y que yo no sabía nada de ella, que tenía muchas cosas aún por descubrir, pues, a decir verdad, tampoco entendí muy bien lo que significaba equilibrio. Quizás algo relativo al circo, a los que se movían en la pista o sobre los trapecios, pero ya no me atreví  a preguntar nada más.

Ahora, pasados los años he conseguido entender las palabras de mi padre.
Y también, también he comprendido, cual es el centro de gravedad de la vida y por qué pesaba tanto la maleta de mi tío Luis.