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jueves, 20 de diciembre de 2012

OTRA PÁGINA DE DIARIO DESPERTAR


No es fácil, tras el tiempo de plomo circulando, regresar a los bordes de la luz. Saber que, aunque es tan corta, la extraña cita a ciegas con la vida tiene brillos de intensa eternidad. Son cosas que solo los que alcanzan los lugares que no están en los mapas pueden contar.

lunes, 1 de octubre de 2012

MALETA DE TIEMPO



Desde niño había visto, en el andén de la estación del lugar donde vivía con mi familia, a los viajeros arrastrando pesadas maletas antes de subir al tren. Yo pensaba que llevaban dentro muchas cosas de la vida, pues si no era imposible que pesaran tanto. Recuerdo que, en una ocasión en que fuimos a despedir a mi tío Luis, que se marchaba a trabajar a la ciudad,  vi como casi se cae al intentar subir su maleta al vagón.

 Como pesa, Fernando, cómo pesa....

Ya, Luis, es el tiempo, lo que llevamos vivido, que empieza a pesar... pero no pierdas el equilibrio, hermano, que tu siempre has sabido muy bien donde estaba el centro de gravedad de la vida, dijo mi padre riendo.

Mi tio Luis sonrió ante las palabras de mi padre y terminó de subir al tren, diciéndonos adiós con la mano, una vez que el pesado fardo se asentó en la plataforma. Yo también sonreí, aunque era la primera vez que escuchaba decir eso: "centro de gravedad". Pensé que era algo importante que, con los años, yo también conocería.

Sin embargo, mientras volvíamos a casa en el viejo Ford Balilla heredado del abuelo, que había arrumbado en el garage a nuestra antigua moto con sidecar, recordé el consejo que nos había dado la maestra en la escuela de preguntar siempre lo que no sabemos y le espeté a mi padre:

Papá, ¿qué es el centro de gravedad de la vida?

Mi padre sonrió de nuevo, esta vez ampliamente, y, mirando mis seis años con comprensión y una indisimulada dosis de ternura, me dijo: " Es lo más permanente que tenemos, lo que hace que todo se mantenga. El centro de gravedad es el lugar del equilibrio"

Sin duda mi padre era un hombre culto y sabio. Yo volví a sonreír y él continuó conduciendo. Pero me dí cuenta de que la vida era algo muy complejo y que yo no sabía nada de ella, que tenía muchas cosas aún por descubrir, pues, a decir verdad, tampoco entendí muy bien lo que significaba equilibrio. Quizás algo relativo al circo, a los que se movían en la pista o sobre los trapecios, pero ya no me atreví  a preguntar nada más.

Ahora, pasados los años he conseguido entender las palabras de mi padre.
Y también, también he comprendido, cual es el centro de gravedad de la vida y por qué pesaba tanto la maleta de mi tío Luis.

jueves, 30 de agosto de 2012

LAS CAUSAS PERDIDAS


(LOS VIEJOS ROCKEROS NUNCA MUEREN)

No sé cómo ni cuando habían acabado todas mis batallas. Tampoco sé cómo he llegado hasta aquí. La Plaza Roja de Moscú luce en todo su esplendor. No es el 17 de Octubre, el Aniversario de la Revolución, ni la conmemoración del nacimiento de Lenin. Es, simplemente, Navidad. La gran galería comercial que da al centro de la Plaza está llena de luces y estrellas intermitentes y la catedral de San Basilio muestra todo el esplendor de sus cúpulas orientales. Una enorme afluencia de gente pasea por este gran trapecio a cuya espalda está el Kremlin. Y la pequeña Iglesia de Nuestra Señora de Kazán deja ver la inmensa congregación de fieles en sus oficios. Hace frío, helor, y una fina capa de nieve cubre los tejados. En eso nada ha cambiado. Tampoco en la música que se escucha por los altavoces, Katyusha, solo que ahora mezclada con villancicos y un peculiar Noche de Paz, tocado al acordeón. La gente pasea confiada y compra regalos. Todos vienen y van con sus cajas envueltas en papel dorado con campanitas y trineos o de colores vivos con otros adornos propios de la época. Todo es un inmenso mosaico de sonrisas e ilusiones alrededor de la tumba de Vladimir Ilich, mezclada ahora con iconos de Vírgenes de culto renacido. Pero yo me mantengo fiel a mis convicciones. No se estila, están arrumbadas en un pasado del que nadie se reconoce ahora hijo, aunque lo son, todos lo somos. Hijos de la Revolución, del mayor hito vivido en  siglo XX, hijos de los sueños y de la cultura que aprendieron a conocer y a amar. Mi Rusia…mi Rusia sigue viva. Ellos no lo saben pero detrás de sus celebraciones está la sangre generosamente derramada de los que cayeron en Stalingrado y antes en todas las fronteras de nuestra amada tierra. Ellos tampoco saben que el mayor intento de justicia universal  sale del corazón de ese himno que solo algunos nostálgicos cantamos, esa Internacional que hablaba de levantarse a los parias de la Tierra, a los que nada tenían salvo su destino de miseria y  muerte.

Yo ya no tengo más que años encima. Y mi gorra y mis insignias viejas. Esas hoces metálicas y esos martillos cruzados que todavía luzco orgulloso en la solapa mientras vendo banderas y signos de otro tiempo en estos días que ellos llaman de la Rusia libre. Sí, yo también soy libre aquí. Puedo vender mi memoria, mis recuerdos guardados en esta caja de madera, mis medallas oxidadas que la gente compra como souvenirs, como si la efigie de Stalin fuera la de un muñeco y pensando que el padrecito fue igual de cruel y malvado que Hitler. La gente tiene ahora su visión de la Historia. Yo sé que se equivocó, que su modo de actuar después de salvar a nuestra Unión Soviética e impedir la destrucción de Europa no fue aceptable porque las muertes de inocentes nunca lo son. Pero no es lo mismo. No es lo mismo un asesino de judíos que un iluminado que busca el paraíso en la Tierra para las generaciones futuras. No, no soy de Stalin, nunca lo fui, pero fui y sigo siendo marxista-leninista. Soy de tiempo atrás. De los que creen que Cuba no es un terrible error, de los que saben que China es una esperanza para el futuro porque Mao hizo la Gran Marcha y consiguió que ningún ser humano que naciera en ese país muriera, como antes ocurría, de inanición. Arroz y saciar el hambre antes que libertad, y luego instrucción para todos.

- Esa insignia plateada…¿cuánto cuesta?
- Diez rublos, señor…

No, no soy un nostálgico, ni estoy ciego. Estamos bien así. La mayoría quería volver a rezar a sus ídolos. Quería cantar en las misas del gallo, poner cirios a San Nicolás. Está bien así. Los coches de lujo, cierto es, también los tenían los jerarcas del partido.Y no había esta alegría, no, cierto es. Pero a mí me queda ya poco de vida. Y mi memoria aún sigue fuerte y ya estoy mayor para cambiar de causa. La mía está perdida para siempre. Pero nos hizo soñar.

     - ¿Y esa otra?
     -  Diez rublos, señor, diez rublos también.

sábado, 2 de junio de 2012


Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

                                                                  Antonio Machado

lunes, 21 de mayo de 2012


A todos los que en las derrotas ven victorias.


Yo cambio los designios

Yo abato los conjuros
y desvío con mis manos
la fuerza oculta
del giro de los astros.

viernes, 6 de abril de 2012

La húmeda arcilla de la vida

Corre el agua, contenida, en la fuerza primera de su nacimiento, y luego libre.

Juega sobre las piedras y cubre su cuerpo con la claridad inconsciente de la rebeldía.

Su curso, finalmente, sobrepasa el cauce, lo inunda, y lo derriba.

La húmeda arcilla se amolda a la vida.

No puede detener a la corriente que ya conoce la libertad.